Eleonora Badilla Saxe
Desde el Siglo I nos llega la máxima estar libre de pecado para tirar la primera piedra, que se atribuye en el Nuevo Testamento a Jesús de Nazareth y da a entender que todos somos pecadores; que no hay justos.
La irrupción de la Inteligencia Artificial AI en nuestros diversos quehaceres, ha tomado a la humanidad en general, desprevenida sobre los impactantes efectos que tiene en la vida cotidiana. El enorme potencial que trae combinado con la rapidez de su constante cambio, hacen que se nos dificulte enormemente reaccionar de manera oportuna y pertinente. En algunos lugares y ámbitos, ante el enorme desafío que presenta y los peligros que acarrea se ha optado por prohibirla. Parece un intento similar a querer prohibir la fuerza de la gravedad, porque nos puede provocar caídas graves o incluso letales.
Recientemente leímos en los medios de comunicación que un profesor universitario, calificó con un cero, el trabajo que había asignado a sus estudiantes ya que estos utilizaron IA, en concreto ChatGPT para responder. La mayoría de las reacciones a esta decisión del profesor fue de apoyo a su acción ya que lo hecho por el estudiantado es plagio; una institución educativa no puede permitirlo y quienes se forman tienen que aprender sobre honestidad académica. El plagio, considerado una deshonestidad académica, debe ser detenido y no puede ser tolerado. El profesor tiró la piedra de una calificación de cero, para penalizar tal deshonestidad.
Yo quedé muy preocupada. Frente a la IA, en general y específicamente en educación, compartimos el pecado de la ignorancia: somos pecadores por igual. Supongamos que un cero era la piedra adecuada para penalizar el error y dar una lección inolvidable (mucha tela pedagógica para cortar aquí), quien la tiró es igualmente pecador.
Los retos que trae la IA a la educación son inconmensurables e inimaginables. Desde hace algunos meses, personas expertas, visionarias, y conocedoras del potencial y las consecuencias del uso indebido de esta tecnología, han venido advirtiendo sobre la urgencia de prepararnos, a toda velocidad, para saber cómo enfrentar los desafíos que se nos vienen encima. Para mencionar solamente un ejemplo, el reconocido lingüista Noam Chomsky (1928) ha llamado la atención sobre que, si nuestros estudiantes utilizan el ChatGPT para realizar sus asignaciones, “… se demuestra que la educación ha sido un fracaso”.
La educación es, por definición, un proyecto político que debe responder de manera oportuna y pertinente a la realidad social, cultural y natural en la que se inserta. Y la IA ha tomado posesión de la realidad: todos y todas, queramos o no, vivimos con ella. Entonces, obviamente, las comunidades educativas (quienes diseñan política y currículo; docentes; estudiantes, familias y otros colaboradores), debemos promover una educación apropiada para esta Segunda Década del Siglo XXI.
Es necesario acompañar al estudiantado para que aprenda a utilizar las herramientas de IA para mejorar su comprensión, y no para hacer plagio; es necesario incluir en los diseños de política y currículo, formas de utilización que potencien la creatividad en vez de estimular la repetición sin sentido; y es urgente repensar totalmente la formación y actualización docente de manera que las propuestas de aprendizaje que se presenten al estudiantado no puedan ser resueltas por ChatGPT.
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