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Rematada

Rematada, cuento corto. Publicado en "Vidas que inspiran: Nuevas narrativas del drama latinoamericano, VOL I, Factor Literiario, 2024, páginas 113 - 116

Eleonora Badilla Saxe

Mamá tocaba el acordéon, de oído porque no sabía leer música. Era pelirroja, pecosa y muy simpática; jugaba boliche y era el alma de las fiestas. Según ella era comunista y feminista, pero también de oído, lo que la hacía caer en contradicciones que a mí me sacaban de quicio.

No tenía mucha disposición para el diálogo, ni para escuchar argumentos contrarios a su sentimiento o pensamiento, por lo que exacerbaba a muchas personas. Eso sí, sus irreverencias la hacían extremadamente atractiva para algunas otras personas, quienes la admiraban por su alegría, simpatía y la valentía para enfrentar los convencionalismos sociales de mediados del siglo XX. Con ella no había términos medios.

“Tu mamá es un ejemplo para muchas de nosotras”, nos decían a mi hermana, hermano y a mí. “Dichosos que tienen una mamá tan moderna y comprensiva: adelantada a su tiempo”.

Pero sus hijas e hijo, adolescentes, estábamos en el medio de esa dualidad que generaba mamá. No sabíamos si responder “¡Gracias!” o más bien decir: “Te la regalo a ver si como mamá te parece tan simpática”.

Es que ella era impulsiva, irreflexiva e intolerante. A algunas amistades o familiares de nuestra edad no se les permitía visitar nuestra casa, porque allí se cultivaban ideas extremistas que podían ser mala influencia.

Papá fue nuestro sostén, no solo económicamente, sino sobre todo como el cable a tierra que nos permitió tener un sentido de realidad y comprender las excentricidades de ella, mientras aprendíamos a navegar en la sociedad en la que nos estábamos criando. Ellos dos tuvieron muchísimas desavenencias que culminaron en divorcio, pero al final de sus días terminaron siendo grandes amigos, cantando juntos, él con su piano o su guitarra, ella con el acordeón.

Los amamos mucho a ambos. Los extrañamos mucho ahora que han partido.

Papá fue envidiablemente saludable e independiente, hasta quince días antes de morir. Murió sin agonía, rodeado del amor de sus hijas, hijo, nieto y nietas. Toda su familia lo recuerda con muchísimo cariño por su don de gentes, su caballerosidad y cordialidad.

La partida de mamá fue más prolongada. Con la llegada del nuevo siglo enfrentó un cáncer de mama, que la persiguió muchos años, haciendo metástasis en el otro seno y luego en las partes blandas de la columna.

Se tuvo que someter a radioterapia, quimioterapia y a dos cirugías de columna, la última de ellas para colocarle cinco pines de titanio que la pudieran mantener de pie.

Sufrió además de maculopatía exudativa bilateral, lo cual la hizo perder la visión central en ambos ojos, dejándola funcionalmente ciega.

Pero mantuvo siempre, hasta el final, su sentido del humor y un positivismo inclaudicable. Si le preguntabas: “¿Cómo estás?”  su respuesta irremediablemente era: “¡Como me da la gana!”

Su acordeón la acompañó siempre, y tocó una pieza dos semanas antes de morir. Gracias a los talleres de literatura que llevó con la reconocida escritora costarricense Carmen Naranjo, escribió cuentos en los que narraba sus recuerdos y vivencias. Tuve el gusto de digitalizarlos, editarlos y ayudarle a publicar algunos de ellos, lo que hizo en un librito que tituló: Rematada: cuentos y realidades.

En febrero de 2018 mamá se cayó. Se rompió el labio superior y se volvió a quebrar la muñeca de la mano izquierda.

Mi hermana nos llamó a mi hermano y a mí pues la había llevado al hospital. Cuando yo llegué, la doctora le estaba suturando el labio. Me di cuenta de que mamá estaba tarareando una canción, dificultando el trabajo de la doctora.  Me acerqué y pude apreciar que tarareaba al ritmo del aparato hospitalario al que la conectaron, que sonaban rítmicamente: bip, bip, bip. 

Llegó entonces el médico ortopedista dijo que ya no era posible arreglar, una vez más, la muñeca izquierda. Sólo quedaba enyesar. Como el aparato sonaba: bip, bip, bip, rítmicamente mamá continuaba tarareando, pero se interrumpió para suplicar: “¡Por favor, arrégleme la muñeca, que tengo que volver a tocar mi acordeón”!

También se había lesionado la nariz, la barbilla, los brazos, las piernas. El aparato sonaba: bip, bip, bip, rítmicamente. Y mamá tarareaba.

Con mucha curiosidad, me acerqué más para escuchar atentamente el tarareo. Y no pude evitar soltar la carcajada: ¡La Internacional Socialista!

En los siguientes meses sanaron las heridas y pudo, con dificultad, volver a tocar acordeón. Pero paulatinamente los pines de titanio de la espalda se fueron moviendo, rítmicamente.

Ella fue perdiendo movilidad y se fue deteriorando poco a poco, hasta no poder levantarse de la cama por sí misma.

El 21 de agosto nos reunimos a su alrededor para celebrarle su cumpleaños 82. Después de saludarla y darle algunos regalos, nos fuimos al comedor a tomar café. Aún hoy, no sabemos cómo se levantó sola, se asomó por la puerta y nos dijo: “Vengo a despedirme, porque me voy a morir”. Y regresó a la cama.

El ritmo de su deterioro se aceleró. Ninguna de las opciones que nos daban los médicos eran esperanzadoras. Quisimos incluirla en el proceso de decisión, y el 30 de agosto conversamos con ella. Hablamos de las alternativas, todas muy graves. “¿Mamá, qué preferís que hagamos?” Se quedó pensando y nos dijo: “Dénme una semana y les aviso qué hacer”.

Pero al día siguiente 31 de agosto, con 82 años y 10 días, hizo lo que dijo que haría. En sus propias palabras… “Hago mutis, y me retiro…hasta nuevo aviso”.

Publicado en, Vidas que Inspiran: nuevas narrativas de drama latinoamericano, Vol I, Factor Literiario, 2024, págnas 113 – 116

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